Ahora su guía de Turistas CHITO
TRILLO los quiere llevar a Jordania para conocer uno de los monumentos más
gloriosos de la humanidad: PETRA.
Las ruinas de la antigua ciudad nabatea de Petra, en el desierto de
Jordania, compiten en espectacularidad y belleza con las de Palmira, en Siria,
Baalbek, en el Líbano, o Gerasa, en Jordania.
Petra sigue despertando el entusiasmo de todos aquellos que la visitan.
La grandeza de su arquitectura tallada en la piedra arenisca – que con sus
vetas de colores rosados hace aún más soberbia su belleza– impresiona de tal
modo al viajero que éste no se pregunta por los edificios que constituyeron en
su día la ciudad de los vivos, para siempre aniquilada por los terremotos. En
efecto, las fachadas dispersas por todo su perímetro corresponden en su mayoría
a las tumbas de los riquísimos comerciantes, nobles y monarcas que compitieron
por mostrar a sus paisanos su fortuna formidable. Pero Petra no era sólo una
ciudad para los difuntos; los palacios, las casas, los negocios, los templos,
los almacenes, los talleres y los espacios públicos daban cobijo a las
actividades cotidianas de una ciudad próspera, bulliciosa y –como señaló el
geógrafo griego Estrabón– abierta al establecimiento de extranjeros, por más
que su localización proporcione la imagen de una ciudad cerrada y recóndita,
accesible tan sólo para algunos privilegiados que vivían o se refugiaban en
ella.
Frente a las ciudades de su época, la muralla de Petra era su posición
geográfica en medio de un laberinto de cañones horadados en la roca. Esa
defensa natural resultaba tan poderosa que la mantuvo durante siglos oculta a
la curiosidad de los extraños. La reforzaban bastiones como la torre Conway,
que toma su nombre de Agnes Conway, la arqueóloga que la excavó en 1929, y
algunos lienzos aislados; al parecer, la ciudad no se dotó de un verdadero
recinto amurallado hasta mediados del siglo III.
Capital de las caravanas
El origen de la riqueza de Petra estuvo en el comercio caravanero. Hasta
siete rutas confluían en la ciudad del desierto, desde donde se distribuían los
productos hacia Alejandría, Jerusalén, Damasco, Apamea y muchas otras ciudades.
Las fuentes literarias, como el Periplo del Mar Eritreo y Plinio,
detallan las enormes tasas a las que estaban sujetas las mercancías que
circulaban a través del reino nabateo. Se dan cifras de hasta un 25 o un 50 por
ciento de imposición tributaria. Esa carga, unida al alto valor de los
productos comercializados, como seda, betún, incienso, especias o mirra, y por
la enorme cantidad de mercancías desplazadas permiten comprender el súbito
esplendor del reino nabateo, ocasionado por la enorme demanda derivada de la Pax Romana, que se materializa en su
portentosa capital.
Sobre la cronología del reino nabateo no se dispone de datos directos
que permitan trazar una historia más o menos firme. Hemos de conformarnos con
la información arqueológica y las noticias aisladas que proporcionan las
fuentes clásicas, esencialmente Diodoro Sículo, Estrabón y Flavio Josefo. Toda
esta documentación permite constatar que a mediados del siglo II a.C. existía
una familia real en Petra, atestiguada por Estrabón, aunque la institución
monárquica puede haber precedido a la dinastía de Aretas I, considerado
tradicionalmente el primer rey nabateo; el nombre de Aretas I aparece
mencionado en la inscripción nabatea más antigua, de 168 a.C. A partir de ese
momento se consolidaron las estructuras del reino y se empezó a construir la
necrópolis real. Los diferentes reyes competirían entre sí por lograr fachadas
cada vez más bellas y espectaculares para sus tumbas talladas en las paredes
rocosas.
La ciudad de los muertos
Desde
el punto de vista formal, la tipología de tumbas talladas en la roca tiene su origen
en el extraordinario conjunto de Naq i-Rushtan, la necrópolis de los reyes aqueménides
cercana a Persépolis, en el actual Irán, donde se hicieron enterrar los grandes
soberanos persas como Darío I o Jerjes. Esta costumbre se extendió por todo el
Oriente helenístico, desde Anatolia, donde se encuentran los hipogeos de Myra,
hasta la Arabia Félix el actual Yemen y Jerusalén.
No
se trata, pues, de una invención nabatea, aunque las características de la
piedra arenisca de Petra le otorgan un aspecto singular y único. Por otra
parte, esta arquitectura presenta, además, influencias orientales, con
decoración de escalinatas en la cima de los monumentos, obeliscos y motivos
geométricos, basada en modelos asirios, persas o egipcios; y también un gusto
más barroco, de inspiración helenística y romana. Los estudios ponen de
manifiesto que la ciudad monumental corresponde básicamente a la época imperial
romana, después de que Petra cayera bajo la órbita de Roma en el siglo I a.C.
Las fachadas de las tumbas reproducen las de los grandes templos, como si los
difuntos compitieran con los dioses en la suntuosidad de sus moradas.
Las
inscripciones que permiten identificar a los personajes relacionados con estos
edificios son muy escasas. La más importante se ha hallado fuera de Petra, en
la cercana capilla de en-Numeir. Está datada en el año 20 d.C. y contiene una
importante secuencia de soberanos nabateos: «Ésta es la estatua de Oboda, el
dios, que han hecho los hijos de Honianu, hijo de Hotaishu, hijo de Petammon… colocada
aquí junto al dios Du-Tarda, dios de Hotaishu, que están en la capilla de
Petammon, su bisabuelo, por la vida de Aretas, rey de Nabatu, que ama a su
pueblo… y de Shaqilat, su hermana, la reina de Nabatu, y de Malco y de Oboda y
de Rabel y de Fasael y de Sha’udat y de Hagiru, sus hijos, y de Aretas, hijo de
Hagiru… en el mes… del año 29 de Aretas rey de Nabatu, que ama a su pueblo…».
En
el interior de Petra se ha encontrado otra importante inscripción. Se trata del
epitafio de Sextio Florentino, gobernador de la provincia de Arabia en el año
127, que grabó su hijo en cumplimiento del testamento de su padre. Florentino,
de rango ecuestre, debió de morir durante su gobierno en la provincia y adoptó
el uso tradicional de la aristocracia local en su monumento funerario.
La ciudad de los vivos
Los
espectáculos, la vida política, los pleitos, el mercado... Todo tenía su
espacio en la brillante ciudad donde recalaban caravanas de dromedarios
cargados de exóticos productos llegados de los rincones más lejanos de Oriente.
La ciudad hoy olvidada de los vivos, el escenario de la actividad diaria de sus
habitantes, poseía varios espacios públicos entre los que destaca el magnífico
teatro, tallado en la roca viva probablemente durante el reinado de Aretas IV 8
a.C.-40 d. C. y remodelado tras la incorporación de la ciudad a Roma para dar
cabida a 6.000 espectadores.
Una
gran vía con columnas, la principal arteria de Petra, porticada a ambos lados y
a la que se abrían las tiendas, locales y negocios, unía los principales
espacios públicos de la ciudad, como los grandes templos. Uno de ellos ha
proporcionado una de las novedades más espectaculares desde el punto de vista
arqueológico en los últimos años. El llamado Gran Templo, edificio nabateo del
siglo I a.C., fue remodelado en su interior tras la anexión de Petra al Imperio
romano. Las excavaciones dirigidas desde 1993 por la arqueóloga Martha
Joukowsky han puesto de manifiesto que en el siglo II se habilitó en él un
pequeño teatro con capacidad para más de 300 personas. Es muy probable que
fuera usado como odeón –un edificio destinado a certámenes musicales–, aunque
también se ha sugerido que podía tratarse de un bouleuterion, el lugar de
reunión del consejo de la ciudad o boulé.
Aparentemente,
también se empleó para sesiones de carácter judicial, presididas por el
gobernador provincial romano cuando éste visitaba Petra. La transformación de
un recinto religioso en un espacio cívico no es insólita, pues se conoce el
caso del Artemision de Dura Europos, en Siria. La originalidad del edificio, no
obstante, es extraordinaria, como se ve en los capiteles en los que las volutas
del estilo jónico se han convertido en cabezas de elefante; al parecer las
paredes estaban estucadas y aún mantienen restos de decoración pictórica.
Agua en el desierto
La
arqueología proporciona información sobre algunos aspectos de la vida cotidiana
en Petra. Por ejemplo, las excavaciones han revelado que el pescado formaba
parte destacada de la dieta de los habitantes de Petra, y que su consumo se acrecentó
con el tiempo. Los datos disponibles en el barrio de ez Zantur, situado al
suroeste de Petra, indican que aproximadamente una cuarta parte de los restos
de fauna hallados corresponden a pescado procedente del mar Rojo, que se
encuentra a 150 kilómetros de distancia.
Casi
el setenta por ciento pertenece a ovejas y cabras, mientras que los restos de
aves suponen apenas un ocho por ciento, esencialmente pollo y perdiz local.
Como curiosidad, diremos que en Petra hay una ausencia total de gatos; quizá la
introducción de estos animales tuviera lugar ya en época bizantina, durante el
siglo VI.
En
cuanto a la agricultura, el área de Petra dedicada a cultivos era considerable.
Entre finales del siglo I a.C. y finales del II se construyeron numerosos
diques y canales.
Muchos
restos de estas pequeñas represas son aún visibles en el área circundante de la
ciudad, pero lo que resulta más vistoso son los canales que conducen el agua a
su interior, que todavía hoy son causa de admiración entre los viajeros que
discurren por el Siq, el angosto desfiladero que conduce a Petra. El agua
abastecía fuentecillas y estanques en el área urbana, así como a un gran
ninfeo, un santuario dedicado a las ninfas, diosas acuáticas, cuyos restos
todavía son visibles en la vía Columnada, junto a un árbol solitario, testigo
de la humedad del lugar.
Pero
aún falta por excavar el ochenta por ciento de la superficie de Petra, cuyo
palacio real tuvo que ser de una extraordinaria suntuosidad a tenor de la
grandeza de los edificios públicos conservados y de las fabulosas riquezas que
atribuyen las fuentes clásicas a sus gobernantes.
Estrabón
dice que las casas eran de piedra y lujosas. Las más antiguas, del siglo III
a.C., no responden a ese estereotipo, pero su construcción mejora a partir del
siglo I; se labran los sillares, se pavimentan los suelos, las paredes se
decoran, se canalizan las aguas subterráneas y las viviendas se dotan de
letrinas, e incluso de termas. En una gran mansión, destruida por el terremoto
de 419, aparecieron los restos aplastados de una mujer y un niño.
Pero
las ruinas causadas por los tres grandes terremotos que destruyeron Petra
ocultan, sin duda, testimonios de la vida del reino nabateo que depararán
importantes sorpresas a los arqueólogos.